BREVE HISTORIA SOBRE MESOAMERICA


MESOAMÉRICA
Durante cerca de tres milenios, Mesoamérica estuvo formada por una zona nuclear superior y zonas marginales secundarias. En éstas no hubo escritura, ni ciudades planificadas, faltaban la gran escultura, los frescos murales, la organización política imperial y la religión elaborada. Sólo el mercado tarasco hacia el siglo XV constituyó una excepción, ya que obtuvo propios y principales rasgos nucleares, aunque se hallara enclavado en un área que hasta entonces había sido marginal.
Sin tratar de precisar fronteras tan elásticas como dudosas puede decirse que el área nuclear está limitada al noreste por la desembocadura del Pánuco. De allí se inclina hacia el suroeste para unirse al río Lerma y continuar hacia el Balsas medio, siguiendo su curso hasta el Pacífico. Incluye así el Estado de Guerrero, pero no el de Michoacán. Por el sur la frontera se inicia en la desembocadura del río Ulúa en el Caribe, y va hacia el sur incluyendo el lago Yoho a hasta llegar al río Lempa. Fuera ya de la República Mexicana, comprende Belice, Guatemala, el oeste de Honduras y El Salvador. Por Mesoamérica marginal se entiende todo el resto del occidente de México, tal vez hasta el río Yaqui. La frontera desciende y recorre la Sierra Madre Occidental. Hacia la mitad del Estado de Durango, tuerce al este para alcanzar el río Pánuco. Al sur incluye algo menos de la mitad de Honduras y las islas de la Bahía, el resto de El Salvador y el costado pacífico de Nicaragua, hasta la Península de Nicoya en Costa Rica.

No siempre en el tiempo tuvo Mesoamérica la misma extensión y a lo largo de tres mil años sus fronteras variaron considerablemente, sobre todo en las zonas marginales. Este ámbito geográfico forma la superárea donde nace y se desarrolla la civilización mesoamericana, pero sólo podemos delimitar sus fronteras y caracterizarla mediante una serie de rasgos culturales que, o bien son exclusivos de ella, o bien comparte con otras áreas, pero que en ninguna aparecen agrupados como aquí ocurre. No todos, aun en Mesoamérica nuclear, se encuentran por todas las áreas si bien los que se señalarán a continuación son frecuentes o básicos a la mayor parte de ellas. Por otro lado, hay rasgos sumamente antiguos que se iniciaron desde antes de la constitución de Mesoamérica aunque continuaron después, mientras que otros se van añadiendo con el tiempo. Los que señalan una cultura superior comienzan con la época olmeca y en las siguientes se les acumulan otros, o se modifican los antiguos.
Como no sería posible ni útil enumerar todos esos rasgos, habrá que señalar sólo aquellos más destacados o definibles así como algunos que se advierten todavía en el México actual.:
La manutención se basó en la agricultura: maíz, frijol, calabaza, chile, cacao, muchos frutos y granos, como productos principales. La dieta se completa con algunos animales domésticos, perro cebado, patos, guajolotes y miel de abeja, aparte de productos naturales provenientes de la caza, la pesca y la recolección. La preparación de alimentos tiene refinamientos que deleitaban al paladar indígena. El maíz molido en el metate, cocido con ceniza y cal (mixtamal), logra las tortillas aún básicas en la dieta mexicana. Además hay tamales y varias otras formas de comerlo y aun beberlo. Característica es la chía, usada como bebida, y que también servía para dar lustre a las pinturas. Los hombres trabajaban el campo, siendo la coa el implemento general. Las técnicas agrícolas incluyen irrigación de varios tipos, uso de fertilizantes, chinampas, terrazas para cultivo, aprovechamiento de las riberas de los ríos y, a veces, siembran en pequeños agujeros excavados en la roca. También se plantaba maguey para obtener aguamiel y pulque, arrope y papel. Otros cultígenos de gran importancia son el algodón y el tabaco.
Los hombres vestían braguero de formas variadas y una manta o capa colgada del hombro. Desde el fin de la época olmeca había vestidos tejidos completos de una pieza. Llevaban sandalias, a veces con tacón. Las mujeres usaban falda enredada, y una especie de blusa. Había gran variedad de telas y de técnicas y decoraciones, bordadas, coloreadas a veces, entretejidas con pelo de conejo o plumas. Para la cabeza, innumerables formas de tocados, incluyendo los turbantes, eran apreciadas desde el preclásico inferior. Rostros y cuerpos frecuentemente iban pintados o tatuados. Se adornaban con orejeras, collares, bezotes, narigueras, pulseras, anillos, pectorales, ajorcas de barro, de piedra, de jade y más tarde de metal. Varias deformaciones corporales eran admiradas, como la de los dientes y la cabeza.
Los alfareros produjeron millares de objetos de cerámica con técnicas y decoraciones variadísimas. Han resultado el mejor índice para que el arqueólogo distinga los períodos cronológicos. De cestería se tejían petates, canastas, etc., mientras de madera se fabricaba gran cantidad de objetos de los que han sobrevivido tambores altos y con lengüetas, estatuas, canoas y remos, adornos, escudos y armas, mangos de cuchillo, etc., todo ello con frecuencia finamente tallado. El aprovechamiento de la obsidiana tuvo enorme distribución en América, pero la pulida, a veces con técnicas refinadísimas, es exclusiva de Mesoamérica. El tallador de jade y otras piedras logró las piezas extraordinarias que admiramos en los museos, así como espejos de pirita, y una increíble cantidad de cuentas y otros adornos.
Si la arquitectura logró espaciosas casas que incluían hornos subterráneos y temazcales de piedra, rara vez llegaron a la magnificencia de los monumentos religiosos. Fueron característicos varios estilos estéticos que incluyen rasgos exclusivos de Mesoamérica. Particularmente son notables los basamentos piramidales construidos a base de talud y tablero, cuya aparición en el altiplano ya se mencionó y las cada vez más complicadas fachadas de admirable armonía del área maya con techo angular, aunque el arco no llega a completarse. Vastas superficies recubiertas de estuco son también exclusivas de la superárea. Pero si la arquitectura es espectacular y exclusiva, la planificación de ciudades o de conjuntos monumentales llega a alturas sin rival en América. Canchas para el juego de pelota se encuentran fuera de Mesoamérica, pero sólo aquí las hay con anillos de piedra y ninguna de las foráneas puede comparárseles en amplitud y esplendor. De varias ciudades se abrían calzadas de piedra que las conectaban con otras ciudades o pueblos. Puentes colgantes cruzaban ríos y barrancas.
La escultura fue sobre todo un adorno o complemento de la arquitectura, en fachadas, escaleras o el interior de los santuarios, formando parte el conjunto. Con frecuencia representaba alguna deidad allí venerada. Sólo las pequeñas esculturas de piedra pueden considerarse como obras aisladas. La pintura mural, por definición, cae en el mismo rubro. Utilizada en muchas áreas, aunque en profusión y calidades muy variables, decoraba los muros interiores de casas, templos, y algunas veces recubría hasta los exteriores de los edificios, lo que debió haber representado un continuo esfuerzo de conservación. En ambas artes, nuevamente Mesoamérica destacó muy por encima de sus vecinos.
La familia natural era el núcleo de la organización social agrupada en clanes del tipo llamado calpulli. Este combinaba la descendencia física - es decir que sólo pertenecían a él los nacidos dentro de él - con la propiedad comunal de la tierra. Tal vez desde La Venta, y seguramente desde Teotihuacan, la organización tribal había sido dominada por una organización estatal, muy probablemente de tipo imperial. Sostenida por considerable número de empleados públicos, suministraba las funciones necesarias al estado. La aristocracia imperial, prácticamente liberada de las reglas del calpulli, puesto que sus miembros poseían tierras individuales, estaba gobernada por los jefes políticos, militares y religiosos y los más poderosos comerciantes. Tenían esclavos y los llamados mayeques, teóricamente libres pero pertenecientes, más que asociados, a las tierras de los señores. Se trata, por tanto, de una sociedad clasista, aunque estaba abierta la posibilidad de subir de rango por medio del esfuerzo personal. En Tenochtitlan, el emperador era la cabeza de la pirámide humana; jefe supremo o sea “Tlacatecuhtli”, a la vez que sumo sacerdote de Huitzilopochtli, el dios tribal. Los destinos de México estaban, ya desde entonces, en manos de un solo hombre, el eterno pero cambiante señor de los toltecas. Los privilegios de la nobleza, sobre todo los de la familia imperial, eran en parte compartidos por los sacerdotes superiores, los militares y los pochtecas. Estos últimos combinaban los papeles de grandes mercaderes, embajadores, a veces espías, mientras la mano militar acompañaba sus excursiones hasta remotas tierras. Los mercados donde se traficaba intensamente estaban subdivididos según las especialidades y, todavía ahora se conserva en muchos lados la costumbre de verificarlos en días fijos de cada semana.
Este comercio a larga distancia estaba protegido militarmente. Se conoce poco su estrategia, pero se sabe que seguían usando el viejo lanzadardos, aunque desde la época tolteca el arco y la flecha se habían convertido en el arma suprema. También empleaban el macahuitl, especie de espada de madera con cuchillos de obsidiana incrustados a ambos lados, y unas picas con puntas de metal. Para protegerse eficazmente, los aztecas usaban un peto forrado de algodón y llevaban escudos conocidos desde tiempos muy antiguos. Los que tienen dos manijas son exclusivos de Mesoamérica. En la época final se multiplicó la erección de fortalezas y aparecen ciudades amuralladas. En la guerra de conquista no se trataba de cubrir el territorio enemigo sino de apoderarse de puntos estratégicos, tomar la capital, incendiar el templo, y cambiar el gobierno local por otro sujeto a Tenochtitlan, que se encargaba de imponer un tributo. Este tipo de guerra daba por resultado un imperio diferente al romano, por ejemplo, ya que el mesoamericano no pretendía extenderse sobre todas las tierras conquistadas, sino que la sumisión se traducía en el pago del tributo y cierta ayuda obligada en casos especiales.
Altos jefes militares pertenecían a una de las dos órdenes militares de “caballeros águilas” y “caballeros tigres”, que no se encuentran en otras culturas americanas y gozaban de privilegios y funciones especiales. Igualmente exclusiva de Mesoamérica es esa curiosa institución de la “guerra florida”, cuyo objeto era obtener víctimas para el sacrificio. Estaba por tanto estrechamente ligada a la religión.
Entre las creencias cosmogónicas de Mesoamérica está la de un dios principal (Ipalmenohuani entre los aztecas) relacionado con el sol, que es también la pareja creadora, la dualidad femenina y masculina, el cielo y la tierra que engendra a hijos gemelos (los cuatro Tezcatlipocas o la pareja Quetzalcóatl-Xolotl por ejemplo). Se cree que la idea del gemelo y de la dualidad es muy antigua y también incluye muerte-vida. Según ella, el mundo estaba dividido en cuatro regiones, además del punto central, lo que hacía de cinco otro número mágico. Pero como hay un cielo y un infierno con cuatro regiones cada uno, se llega a 5+4+4=13, otro número esencial. Además cada uno de los cuatro puntos cardinales y el centro tenían un color que los representaba. La idea de creaciones múltiples al fin de cada una de las cuales todo moría para ser recreado formaba los cuatro soles (épocas) pasadas y el quinto que todavía alumbraba a los aztecas. La historia estaba vista dentro de conceptos similares, es decir ciclos que se repetían, aunque cada creación o ciclo representaba un avance para la humanidad. Así se combinaba una idea símplemente cíclica y en cierto modo estática con la idea evolucionista o de movimiento, como ahora se entiende la historia.
Había múltiples deidades de importancia distinta, pero algunas, como Tlaloc y tal vez el Huitzilopochtli azteca habían adquirido una personalidad propia, con atributos y culto especiales, y se representaban en imagen inconfundible. Muy importante fue el planeta Venus por la forma tan peculiar de su visibilidad para los hombres y por los peligros que supuestamente acarreaba su presencia a ciertas personas.
En casi todas las religiones la sangre humana o animal tuvo valor ritual. De allí la frecuencia de los sacrificios en que se hacía correr. En Mesoamérica, mediante el sacrificio de sangre, el hombre se vuelve colaborador de los dioses, en el problema para ellos eterno de mantener en vida por medio de ese líquido vivo no sólo al sol sino al universo. Algunas formas de sacrificio son exclusivas de Mesoamérica, como la de quemar hombres vivos o aquella en honor a Xipe, en que el sacerdote bailaba revestido de la piel del hombre desollado. Recordemos que la víctima representaba al dios, y como los sacerdotes tenían la costumbre de vestirse imitando la imagen divina, se ataviaba a la víctima también con similares vestiduras. En ocasiones se sacrificaban codornices, y los devotos hacían penitencia voluntaria sangrándose las orejas, la lengua, el pene o las piernas. Otras costumbres exclusivas con el uso ritual del papel, la celebración de fiestas al concluir algunos periodos fijos de tiempo y los días de buen o mal agüero. Dar a los niños el nombre del día de su nacimiento, el canibalismo ritual y la creencia en varios ultramundos tras un viaje difícil para alcanzarlos así como el célebre palo volador, todavía existente, tienen todos la misma exclusividad. Aunque aún con fuertes resabios de magia tribal desde la segunda gran época, creó Mesoamérica una religión politeísta formal, con creencias y dioses ordenados, un ritual fijo y un sacerdocio profesional, dividido en distintos grados, en contraste al viejo shaman de la tribu.
Pero el rasgo que coloca a Mesoamérica dentro de las civilizaciones universales es el de la escritura, por limitada que haya sido. No se difundió fuera del área nuclear, aun cuando sus inicios correspondan por lo menos al siglo V a. C. Los “documentos más antiguos que se conocen consisten todos en inscripciones incisas en piedra, que en sus albores probablemente tallaran en madera. Después hay escritura en pinturas murales y otros objetos. Durante la tercera gran época aparecen en verdaderos libros. Los monumentos antiguos, y sobre todo los espléndidas inscripciones del área maya, utilizan jeroglíficos, mientras los correspondientes al área mixteco-mexicana son de estilo representativo y por tanto más fáciles de descifrar, aunque más limitados en su expresión. Estos libros, que genéricamente llamamos códices, fueron pintados sobre largas tiras de papel de amate dobladas a manera de biombo. Los hay de variados tamaños y de diferentes temas: religiosos, históricos, geográficos, calendáricos y económicos. Las vicisitudes nos han conservado apenas una pequeña parte de los muchos que existieron, pero bastan para formar un cuerpo de documentos único en el continente e inagotable para la investigación. Probablemente gracias a esta posibilidad de escribir - y debido también a notables conocimientos astronómicos y matemáticos - se desarrolló un calendario muy preciso basado en la cuenta de días agrupados en 18 meses de 20 días más cinco adicionales para formar el año solar (los mayas lograron la corrección del bisiesto) a la vez que usaban otro calendario para el ritual religioso, de 260 días, cada uno con su nombre especial formado por la combinación de 13 números y 20 nombres. La combinación de ambos cómputos formaba el “siglo” de 18 980 días, equivalentes a 52 años. Los mayas añadieron el sistema llamado de la cuenta larga, para señalar cifras infinitas gracias a la utilización del cero y, por tanto, la posibilidad de numerar por posición. Recordemos que no solamente fue ignorado por todas las civilizaciones de primera generación, sino que tampoco lo conoció la civilización helénica.
A pesar de peculiaridades y variantes, la unidad de Mesoamérica y su historia paralela no sólo quedan demostradas por el arqueólogo, sino por los datos que proporcionan la etnografía, la antropología física y la lingüística. Las numerosas lenguas habladas en el México antiguo han sido en gran parte estudiadas y asignadas a grupos de idiomas, pero representan una clasificación relativa en cuanto a que las fronteras entre los grupos y las lenguas mismas sólo pueden reconocerse por las divergencias mayores o menores entre ellas. Las familias lingüísticas de Mesoamérica nuclear pertenecen a tres grupos: Macro-Mixteca, Macro-Maya y Macro-Nahua. Salvo en el caso de esta última , casi todos sus habitantes quedaban dentro de las fronteras mesoamericanas, y así han permanecido durante numerosos siglos. El nahua tiene muchos parientes en el Occidente y el Noroeste, con lo que demuestra haber llegado después. En el Occidente, hay varios idiomas distintos, algunos aún no clasificados y otros independientes de los grupos antes mencionados. Por ejemplo, el tarasco señala otra prueba de la diferencia en Historia y cultura entre la Mesoamérica marginal y la Mesoamérica nuclear...
Hubo relaciones entre Mesoamérica y sus vecinos de cultura inferior, así como la herencia milenaria que vino arrastrando desde la época previa a la formación de la superárea. De hecho, varios antiquísimos rasgos culturales aparecen todavía en el siglo XVI entre esos pueblos de cultura inferior, al norte de Mesoamérica. Ninguna civilización obviamente vive en un total aislamiento cultural, por mucho que sea tan frecuente el concepto de “nosotros” y los “otros”, “nosotros los hombres”, en el sentido tan conocido de nosotros los griegos vs. los bárbaros. Nosotros es siempre el centro del mundo. ..
No es posible aceptar la versión simplificada de que las “invasiones bárbaras” venidas del norte destruyendo los sucesivos imperios centrales. Como se ha tratado de mostrar, éstos se debilitaron antes por acción corrosiva interna, y así facilitaron el ascendiente e influencia que en muchos aspectos recibían de los “bárbaros”. Estos se alineaban a lo largo de la frontera norte de Mesoamérica. Son pueblos que no se estudian aquí, pero es evidente que en diferentes momentos ideas y objetos mesoamericanos se esparcieron entre ellos y aun alcanzaron indirectamente regiones que hoy son parte de los Estados Unidos. Por otro lado, colaboraron mucho en la historia de Mesoamérica al enviar en distintos momentos huestes empeñadas en la destrucción de los estados centrales, y dejaron rasgos culturales como el arco y la flecha. Este incesante ir y venir a través de fronteras mal delimitadas produjo la creación de ese “proletariado externo” que en la filosofía toynbeana tanta parte tiene en el fin de las civilizaciones.
No cabe duda de que hay que colocar a Mesoamérica entre las civilizaciones de primer cuño o de primera generación, es decir, que no descienden de otras sino que arrancan de una matriz primitiva. Por tanto, sus triunfos o sus derrotas sólo pueden compararse con los triunfos o las derrotas sólo pueden compararse con los triunfos o las derrotas de civilizaciones del mismo tipo, como las que florecieron en Egipto, China, Sumeria-Babilonia, India o la minoica y la andina Salvo la última, las demás tuvieron contactos más o menos estrechos entre sí como lo demuestran algunos rasgos que comparten. De donde se deriva que comparar las civilizaciones del Viejo Mundo con la andina o la mesoamericana, no es enteramente válido. Además, no debe olvidarse que las dos civilizaciones americanas empiezan su carrera cuando ya estaba agotándose el aliento de las asiáticas antiguas. Sin embargo, en todas encontramos, por definición, una serie de adelantos comunes.