LA VISITA INESPERADA
Una vivencia que me sobrecogió especialmente fue la visita de una tía mía el día que nació mi segundo hijo. Nada extraño ¿verdad? Si no fuera por que mi tía había muerto unas horas antes.
Mi tía era una mujer joven que enfermó de un cáncer en la época en que yo quedé embarazada. Murió el mismo día en que nació mi hijo, al amanecer, yo parí al anochecer y no sabía nada aún.
Creo que mi sensibilidad hacia las cosas que están en otro plano estaba especialmente abierta, dado que parí en mi casa, sin drogas ni medicamentos que me nublaran el alma. Para parir hay que dejarse llevar por la parte más animal de nuestro cerebro, hay que dejar la racionalidad a un lado y zambullirse en nuestra esencia primal.
Si lo logras, si permites que tu cuerpo se libere de la parte racional, tu mente entra en un plano diferente, donde existe el dolor y el miedo, pero no piensas en ello, solo te dejas llevar y literalmente, te abres en dos para permitir que tu hijo salga de tus entrañas.
Ese estado se mantiene durante algún tiempo, al menos en parte y te abre claramente a sensaciones y mundos paralelos.
Esto fue lo que creo que me sucedió, cuando al amanecer del día siguiente, cuando dormitaba junto a mi recién nacido, que aún olía a VIDA, sentí que alguien me llamaba y tiraba de mi, abrí los ojos y allí estaba mi tía, llamándome y diciendo algo que no logro recordar con claridad, entre otras cosas por que no eran palabras, sino un leguaje universal, el que todos los seres vivos conocen y que los seres humanos olvidamos cuando empezamos a hablar.
Sé que me dijo algo de mi hijo, algo sobre algún tipo de conexión entre ambos y siento que es algo bueno, pero no sé explicarlo.
Tal vez tiene que ver con algo como la vez que cuando tenía mi hijo cerca de 2 años, cayó por un puente que se rompió (una de las maderas del borde cedió cuando él se asomaba). El río estaba seco, apenas corría un hilo de agua, y el suelo, a unos 3 metros del puente, estaba cubierto de piedras cortantes. Su padre y yo lo vimos desde lejos y ambos corrimos aterrorizados pensando en como íbamos a encontrar al niño que oíamos llorar. Increíblemente el niño aterrizó de pié, con los pies en el único trocito de suelo donde no había piedras sino barro, y no se hizo un solo rasguño, ni siquiera se manchó más que las zapatillas. Cuando le pregunté me dijo: “Una señora me cogió”.
Esto fue un hecho real.
Anonimo.
Mi tía era una mujer joven que enfermó de un cáncer en la época en que yo quedé embarazada. Murió el mismo día en que nació mi hijo, al amanecer, yo parí al anochecer y no sabía nada aún.
Creo que mi sensibilidad hacia las cosas que están en otro plano estaba especialmente abierta, dado que parí en mi casa, sin drogas ni medicamentos que me nublaran el alma. Para parir hay que dejarse llevar por la parte más animal de nuestro cerebro, hay que dejar la racionalidad a un lado y zambullirse en nuestra esencia primal.
Si lo logras, si permites que tu cuerpo se libere de la parte racional, tu mente entra en un plano diferente, donde existe el dolor y el miedo, pero no piensas en ello, solo te dejas llevar y literalmente, te abres en dos para permitir que tu hijo salga de tus entrañas.
Ese estado se mantiene durante algún tiempo, al menos en parte y te abre claramente a sensaciones y mundos paralelos.
Esto fue lo que creo que me sucedió, cuando al amanecer del día siguiente, cuando dormitaba junto a mi recién nacido, que aún olía a VIDA, sentí que alguien me llamaba y tiraba de mi, abrí los ojos y allí estaba mi tía, llamándome y diciendo algo que no logro recordar con claridad, entre otras cosas por que no eran palabras, sino un leguaje universal, el que todos los seres vivos conocen y que los seres humanos olvidamos cuando empezamos a hablar.
Sé que me dijo algo de mi hijo, algo sobre algún tipo de conexión entre ambos y siento que es algo bueno, pero no sé explicarlo.
Tal vez tiene que ver con algo como la vez que cuando tenía mi hijo cerca de 2 años, cayó por un puente que se rompió (una de las maderas del borde cedió cuando él se asomaba). El río estaba seco, apenas corría un hilo de agua, y el suelo, a unos 3 metros del puente, estaba cubierto de piedras cortantes. Su padre y yo lo vimos desde lejos y ambos corrimos aterrorizados pensando en como íbamos a encontrar al niño que oíamos llorar. Increíblemente el niño aterrizó de pié, con los pies en el único trocito de suelo donde no había piedras sino barro, y no se hizo un solo rasguño, ni siquiera se manchó más que las zapatillas. Cuando le pregunté me dijo: “Una señora me cogió”.
Esto fue un hecho real.
Anonimo.